lunes, 21 de septiembre de 2015

El Sínodo sobre la Familia


Del 4 al 25 de octubre se llevará a cabo el Sínodo de los Obispos en el Vaticano, reunión importante de los representantes del episcopado del mundo entero con el fin de establecer orientaciones pastorales o teológicas sobre temas que el Papa considera urgente tratar. En esta ocasión, el tema propuesto por el Papa Francisco es: “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”.

Uno de los puntos más álgidos que este Sínodo va a discutir, y que es lo que suscita la atención de muchos, es la posibilidad de que los divorciados y vueltos a casar puedan acceder al sacramento de la Eucaristía y la Penitencia.

El documento de trabajo del próximo Sínodo lo menciona así: “Algunos Padres sostuvieron que las personas divorciadas y vueltas a casar o convivientes pueden recurrir provechosamente a la comunión espiritual. Otros Padres se preguntaron por qué entonces no pueden acceder a la comunión sacramental. Se requiere, por tanto, una profundización de la temática que haga emerger la peculiaridad de las dos formas y su conexión con la teología del matrimonio.” (Lineamenta, 53).

Existe, pues, dentro de la Iglesia, dos posiciones frente a este delicado tema: los que estamos a favor de que los divorciados y vueltos a casar civilmente accedan al sacramento de la Eucaristía y la Penitencia, y los que están en contra.

Debemos de tener presente que la Iglesia, durante mucho tiempo, se ha manifestado sobre este tema sosteniendo lo siguiente: “Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la Penitencia no puede ser concedida más que a aquellos que se arrepienten de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1650).

Sin embargo, como afirma el teólogo español José María Castillo, “no existe ningún Dogma de Fe, en el Magisterio de la Iglesia, que obligue a negar la comunión eucarística a las personas que se han divorciado y han contraído nuevo matrimonio.” (Teología sin censura, 27 agosto 2015). Veamos.

J. M. Castillo comienza a sustentar esta afirmación citando al teólogo belga Edward Schillebeeckx: “En los diez primeros siglos, ni se celebraba misa cuando se casaban los laicos. Ni en aquellos siglos estaba generalizada la idea de que el matrimonio fuera un sacramento.” ("Matrimonio", Salamanca 1968, p. 173).

Castillo nos dice que es recién en los siglos XI y XII, y gracias a los escritos de Pedro Lombardo (1100-1160) y Hugo de San Víctor (1096-1141), que comienza a elaborarse una teología del matrimonio como sacramento, basado no en un rito sacramental, sino en la "unión de los corazones".

Y aquí el teólogo español nos brinda un dato poco conocido. En el año 726, el Papa Gregorio II responde a una consulta que le hace el obispo San Bonifacio: ¿Qué debe hacer el marido cuya mujer haya enfermado y como consecuencia no puede darle el débito conyugal? Responde el Papa: “Sería bueno que todo siguiese igual y se diese a la continencia. Pero, como eso es de hombres grandes, el que no se pueda contener, que vuelva a casarse; pero no deje de ayudar económicamente a la que enfermó y no ha quedado excluida por culpa detestable.”

El divorcio, como hemos podido apreciar, era válido dentro de la Iglesia en ese entonces, hasta que, dice Castillo, el Papa Inocencio III prohíbe la disolución del matrimonio hacia el año 1208 (s. XIII). A partir de ese momento, y sobre todo después del Concilio de Trento (1545-1563), la Iglesia ha desarrollado su postura de prohibir los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia a los divorciados vueltos a casar, pues ve en ello una falta grave contra la ley de Dios, como ya hemos mencionado líneas arriba.

Hoy en día, la Iglesia, bajo el ministerio del Papa Francisco, busca dar una solución a este drama que suscita, y ha suscitado, ardientes debates y no pocas deserciones de cristianas y cristianos que se sienten excluidos y marginados dentro de su propia comunidad de fe.

Para este presente Sínodo de los Obispos, la Iglesia es consciente de que “el drama de la separación llega al final de largos períodos de conflictividad que, en el caso de que haya hijos, han producido todavía mayores sufrimientos. A esto sigue además la prueba de la soledad en la que se encuentra el cónyuge que ha sido abandonado o que ha tenido la fuerza de interrumpir una convivencia caracterizada por continuos y graves maltratos sufridos.” (Instrumentum laboris, 113).

Por tal razón, la Iglesia hoy sostiene que “las situaciones de los divorciados vueltos a casar exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que los haga sentir discriminados y promoviendo su participación en la vida de la comunidad. Hacerse cargo de ellos, para la comunidad cristiana no implica un debilitamiento de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad matrimonial, es más, en ese cuidado expresa precisamente su caridad.” (Lineamenta, 51).


Momento crucial el que vivirá la Iglesia en el mes de octubre. Momento que esperamos muchos sea de la inclusión y no de la exclusión. Hablamos hoy de las cosas nuevas con que nos viene sorprendiendo el Papa Francisco. Tal vez este Sínodo sobre la Familia sea una más de ellas, ¿no?

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