Para muchos amantes desenfrenados
de la literatura, el segundo jueves de octubre no es una simple fecha
cualquiera. Aquel día, toda nuestra atención se dirige a Estocolmo; exactamente,
a la sede de la Academia Sueca. La razón: se anunciará al nuevo Premio Nobel de
Literatura, que coronará a la persona “que haya producido la obra más
sobresaliente de tendencia idealista dentro del campo de la literatura”.
Todos conocemos el origen de
este premio: Alfred Nobel, el inventor de la dinamita, dispuso en su testamento
que el 94% de su fortuna (ascendente a unos 9 millones 200 mil dólares de ese
entonces) constituya un fondo cuyos intereses sean distribuidos cada año como
premio entre aquellos quienes hayan realizado el mayor beneficio a la humanidad
en los campos de la Medicina, Física, Química, Literatura y la Paz.
Jamás olvidaré el Premio
Nobel de Literatura de 2006, pues fue el premio que dio origen a toda esta
fiebre Nobel en mí. Ese año lo ganó el turco Orhan Pamuk, “quien, en la
búsqueda del alma melancólica de su ciudad natal, ha descubierto nuevos
símbolos para el choque y el entrelazamiento de culturas”, dijeron los
academistas suecos.
Me sorprendió la expresión “alma
melancólica” (expresión con la que me siento muy identificado). La melancolía,
según la RAE, es la “tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de
causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni
diversión en nada.”
Pamuk, que también se
considera un hombre melancólico, encontró en esta melancolía la inspiración
para escribir sus obras, y esto quedó demostrado en su discurso de aceptación del
Premio Nobel al afirmar: “Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo
para ser feliz.”
Desde entonces, no he dejado
pasar una edición del Premio Nobel de Literatura sin enterarme quién fue su
ganador. Es más, desde Orhan Pamuk hasta hoy, puedo recitar de memoria la lista
de los ganadores sin trastabillar. También, desde Pamuk hasta hoy, suelo
comprar un par de libros del autor (o autora) que ganó. Previamente, investigo
insaciablemente su biografía, leo todas sus pocas publicaciones que se hallen en
la Internet y trato de averiguarme qué libros ya se encuentran traducidos al
español (desde Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, los
ganadores han sido escritores de habla no española) y en qué librerías las
puedo conseguir.
El último Premio Nobel de
Literatura, que entregará su corona mañana, es el francés Patrick Modiano. La
Academia Sueca se lo otorgó “por el arte de la memoria con la que ha evocado
los más inasibles destinos humanos y descubierto el mundo de la ocupación.”
Hombre extremadamente tímido
(como el que escribe estas líneas) que acostumbra escribir solamente dos horas
diarias, la obra de Patrick Modiano es extensa (más de 30 novelas) y sobre todo
breve (sus obras raramente sobrepasan las 200 páginas).
El Nobel otorgado a Modiano confirma
a la literatura francesa como literatura de primer nivel. En efecto, la
literatura francesa cuenta en su haber con 15 escritores laureados con el Nobel de Literatura (el segundo lugar lo ocupa
Alemania con 11 laureados; Latinoamérica se defiende con tener en su haber 6).
Mañana conoceremos al nuevo
Premio Nobel de Literatura 2015. Mañana es el día y no sé si pueda hoy dormir
tranquilo. Para las casas de apuestas la favorita para llevárselo este año es la
escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexievich. Sin embargo, la Academia
Sueca ha sabido siempre dar la contra a estos pronósticos, por lo que el
ganador o ganadora de mañana ni siquiera sospecha que su nombre ocupará, y para
siempre, la lista de los laureados con tamaño premio, premio que todo escritor desea,
en un rincón de su mente, ganar.