miércoles, 7 de octubre de 2015

Mi experiencia con los Premios Nobel


Para muchos amantes desenfrenados de la literatura, el segundo jueves de octubre no es una simple fecha cualquiera. Aquel día, toda nuestra atención se dirige a Estocolmo; exactamente, a la sede de la Academia Sueca. La razón: se anunciará al nuevo Premio Nobel de Literatura, que coronará a la persona “que haya producido la obra más sobresaliente de tendencia idealista dentro del campo de la literatura”.

Todos conocemos el origen de este premio: Alfred Nobel, el inventor de la dinamita, dispuso en su testamento que el 94% de su fortuna (ascendente a unos 9 millones 200 mil dólares de ese entonces) constituya un fondo cuyos intereses sean distribuidos cada año como premio entre aquellos quienes hayan realizado el mayor beneficio a la humanidad en los campos de la Medicina, Física, Química, Literatura y la Paz.

Jamás olvidaré el Premio Nobel de Literatura de 2006, pues fue el premio que dio origen a toda esta fiebre Nobel en mí. Ese año lo ganó el turco Orhan Pamuk, “quien, en la búsqueda del alma melancólica de su ciudad natal, ha descubierto nuevos símbolos para el choque y el entrelazamiento de culturas”, dijeron los academistas suecos.

Me sorprendió la expresión “alma melancólica” (expresión con la que me siento muy identificado). La melancolía, según la RAE, es la “tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada.”

Pamuk, que también se considera un hombre melancólico, encontró en esta melancolía la inspiración para escribir sus obras, y esto quedó demostrado en su discurso de aceptación del Premio Nobel al afirmar: “Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo para ser feliz.”

Desde entonces, no he dejado pasar una edición del Premio Nobel de Literatura sin enterarme quién fue su ganador. Es más, desde Orhan Pamuk hasta hoy, puedo recitar de memoria la lista de los ganadores sin trastabillar. También, desde Pamuk hasta hoy, suelo comprar un par de libros del autor (o autora) que ganó. Previamente, investigo insaciablemente su biografía, leo todas sus pocas publicaciones que se hallen en la Internet y trato de averiguarme qué libros ya se encuentran traducidos al español (desde Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, los ganadores han sido escritores de habla no española) y en qué librerías las puedo conseguir.

El último Premio Nobel de Literatura, que entregará su corona mañana, es el francés Patrick Modiano. La Academia Sueca se lo otorgó “por el arte de la memoria con la que ha evocado los más inasibles destinos humanos y descubierto el mundo de la ocupación.”

Hombre extremadamente tímido (como el que escribe estas líneas) que acostumbra escribir solamente dos horas diarias, la obra de Patrick Modiano es extensa (más de 30 novelas) y sobre todo breve (sus obras raramente sobrepasan las 200 páginas).

El Nobel otorgado a Modiano confirma a la literatura francesa como literatura de primer nivel. En efecto, la literatura francesa cuenta en su haber con 15 escritores laureados con el Nobel de Literatura (el segundo lugar lo ocupa Alemania con 11 laureados; Latinoamérica se defiende con tener en su haber 6).

Mañana conoceremos al nuevo Premio Nobel de Literatura 2015. Mañana es el día y no sé si pueda hoy dormir tranquilo. Para las casas de apuestas la favorita para llevárselo este año es la escritora y periodista bielorrusa Svetlana Alexievich. Sin embargo, la Academia Sueca ha sabido siempre dar la contra a estos pronósticos, por lo que el ganador o ganadora de mañana ni siquiera sospecha que su nombre ocupará, y para siempre, la lista de los laureados con tamaño premio, premio que todo escritor desea, en un rincón de su mente, ganar.


Facebook

Comentario