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Portada del álbum "Viva la vida" de Coldplay. |
“El hombre es un animal
político”, decía Aristóteles, y si el hombre no hace política se queda solo
animal.
Somos ciudadanos de este
mundo, somos miembros de una polis: estamos “condenados” a hacer política. Sin
embargo, la indiferencia de muchos jóvenes peruanos ante la realidad política
de nuestro país llama mucho la atención, sorprende y, sobre todo, preocupa.
¿Por qué esta indiferencia? ¿A qué se debe que muchos jóvenes se interesen poco
(o nada) por la política? He aquí una posible respuesta.
Vivimos en los tiempos en los
que a nuestra sociedad actual se le considera una sociedad de consumo, donde la búsqueda del placer como fin de vida, y el egoísmo, pareciera que dirigiesen su destino.
La sociedad del nuevo
milenio está marcada por el signo de la insolidaridad y el individualismo. Es
una sociedad egoísta y materialista, donde las individualidades se manifiestan
en todos los órdenes sociales.
(Juan Montero Lobo).
Toda nuestra cultura está
basada en el deseo de comprar (…). La felicidad del hombre moderno consiste en
la excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo lo
que se pueda, ya sea al contado o a plazos.
(Erich Fromm).
Si
la política es la búsqueda del bien común (el preocuparse por el bienestar de todos)
y vivimos hoy en los tiempos del egoísmo y del “tener” más que del “ser”,
entonces se entiende por qué a los jóvenes (y no solo a ellos, es verdad) no
les interesa la realidad política de su entorno.
La
consecuencia de este desinterés es que existe poca sensibilidad política y,
por lo tanto, poca preocupación ante los escándalos de corrupción que ocurren
dentro de las instituciones públicas (“que robe pero que haga obras”), un
escaso conocimiento de los líderes políticos y, sobre todo que, a la hora de
votar, lamentablemente se vote mal.
John
F. Kennedy decía: “Un país tiene los gobernantes que se merece.” Ello explica,
pues, que hayamos dejado pasar a ilustres posibles gobernantes como, por
ejemplo, Javier Pérez de Cuéllar, ex secretario general de la ONU, Valentín
Paniagua, Presidente de la República en el periodo de la transición de la
dictadura a la democracia, entre otros.
La
parábola del Buen Samaritano
Para
graficar un poco mejor la gravedad de que existan seres apolíticos, jóvenes faltos de
sensibilidad política, preocupados solo en el “yo” y no en el “nosotros”, propongo
hacer una analogía con la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37).
La
parábola nos cuenta que un hombre cayó en manos de unos bandidos que, luego de
despojarlo de sus ropas, lo golpearon y lo dejaron medio muerto en el camino. Por
casualidad, pasaron por allí un sacerdote, luego un levita, pero ninguno de los
dos se detuvo para socorrerlo: ambos lo rodearon y pasaron de largo. Pero un
samaritano, que por ahí también pasaba, se compadeció de él, se acercó, curó
sus heridas y lo condujo a una posada.
Digamos
que el hombre herido representa hoy al 22,7% de familias peruanas pobres que habitan
en viviendas inadecuadas, en hacinamientos, sin servicios de agua o desagüe, donde
no todos tendrán la oportunidad de asistir a una escuela. Son hombres y mujeres
víctimas directas de la corrupción de nuestros gobernantes. Sufren, día a día,
los crímenes de nuestros líderes políticos que se preocupan más en servirse que
en servir.
El
sacerdote y el levita representan a todos esos hombres y mujeres (jóvenes y no
tan jóvenes) que se desinteresan de la política, que no les importa mucho el
drama descrito en el párrafo anterior. Para ellos lo importante son ellos
mismos. Apenas, y solo algunos, exclamarán un gesto de desaprobación, pero su
vida continuará siendo la misma: mirarán, darán un rodeo y pasarán de largo.
En
cambio, el Buen Samaritano es aquel hombre y/o mujer que se “compadece” de las
víctimas de las injusticias sociales que ve día a día a su alrededor. Toma
una posición, denuncia estas injusticias y, sobre todo, actúa. Participa en la vida política de su país (no es necesario que pertenezca a un partido
político para hacerlo), tiene una opinión política y da un poco de su
tiempo para enterarse de lo que viene ocurriendo en su país, en su polis.
Para
terminar, seamos, pues, en política, buenos samaritanos. No pasemos de largo
como el sacerdote y el levita. Soy de la opinión que el hombre auténtico, la
mujer auténtica, necesariamente tiene que ser político, política. Vuelvo a
repetir que no es necesario pertenecer a un partido. Pero si vivimos en
comunidad, si vivimos dentro de una polis,
es nuestro deber como ciudadanos preocuparnos por lo que pasa en nuestra casa común.