sábado, 10 de octubre de 2015

El adiós que no queremos decir.

¿Por qué sufrimos tanto al separarnos?. Imagen: themodernnomad.com

Existen 3 formas de terminar una relación:

1. Cuando decides terminar con alguien porque, simplemente, el cariño se acabó.

2. Cuando te terminan por la misma razón.

3. Cuando, aún queriendo a esa persona, “tienes” que terminar la relación porque, sencillamente, estar con esa persona te hace daño.

De esas tres formas de ruptura, las dos últimas, por lo general, desencadenan en un dolor de espíritu o tristeza inevitable. Se suele decir, en psicología, que la tristeza de la ruptura es tal que se asemeja en parte a la tristeza que se tiene cuando fallece un familiar nuestro.

Y obliga la pregunta: ¿A qué se debe tamaña tristeza? La respuesta es obvia: Porque hemos perdido lo que nos hacía falta.

Según el mito que se cuenta en el libro El banquete de Platón, al principio no existía el hombre o la mujer individualmente como hoy vemos. Estos eran al principio una unidad perfecta, armónica. Sin embargo, estos “humanos perfectos” fueron un día castigados por Zeus (omitiré la razón del castigo con el fin de no hacer extensa la historia) que decidió partirlos en dos y, así, hacerlos más débiles. Como consecuencia de ese castigo, ya no existe más aquel “humano perfecto”, sino ahora un varón incompleto y una mujer incompleta.

“Desde esa escisión originaria, que nos hizo pasar de la unidad a la dualidad, de la completud a la incompletud, buscamos sin descanso la mitad que nos falta, a la que busco incesantemente… Y cuando un día la encuentro, ¡qué alegría, qué entusiasmo, qué felicidad!”
(André Comte-Sponville, “Ni el sexo ni la muerte”).
Esa alegría de encontrar a la mitad que nos hacía falta, según Erich Fromm, “constituye uno de los momentos más estimulantes y excitantes de la vida.” En efecto, no existe mayor alegría en el ser humano que amar y ser amado al mismo tiempo. Y cuando esa otra mitad, que me hacía sentir completo cada día, deja de estar más a mi lado, aparece entonces aquella tristeza de amor que no nos deja continuar.

“No hay pastillas para este tipo de dolor, no hay una píldora para el día después o los seis meses posteriores, que es lo que más o menos dura la etapa de duelo. Hay que soportarlo y resistir, como si se tratara de una pelea de boxeo: hoy le ganas un asalto al sufrimiento y mañana te lo gana él. Lo único que debe preocuparte es no perder por nocaut, porque si aguantas, así caigas a la lona una y otra vez, te aseguro que ganarás por puntos.”
(Walter Riso, “Manual para no morir de amor”).
Entonces, ¿qué hacer para sobrevivir a esta tristeza? Aprender. Aprender a vivir sin la otra persona. Y para lograr esto, lamentablemente, no existe una receta efectiva. Lo que sí existe, no obstante, son consejos, ayudas, que nos pueden hacer transitar mejor este momento de pena. Aquí algunos consejos:

1. Encontrar un nuevo sentido de vida.

“Nadie ha viajado por el camino del dolor y ha vuelto sin llegar transformado… Este (momento de soledad) es un periodo de reflexión que vale la pena aprovechar, y así saber lo que de verdad tiene valor y sentido en nuestra vida.”
(Santiago Rojas, “Alíviate el corazón roto”).
Es en el silencio cuando hacemos contacto con lo que verdaderamente somos.”
(Walter Riso, “¿Amar o depender?”).
2. Rodéate de gente que te ame.

“Los que te quieren de verdad toman partido y te defienden, intentan sacarte a flote, no importa si tienes razón o no, se preocupan por ti y punto… Lo que necesitas es apoyo, silencios compartidos, el golpecito en la espalda, la palabra de ánimo. Necesitas de “queridos mentirosos” que te digan que eres genial, atractivo, buen partido o cualquier otra cosa que le venga bien a tu aporreado “yo”.
(Walter Riso, “Manual para no morir de amor”).
3. El perdón.

“Las personas con rencor y resentimiento permanecen atadas irremediablemente a quien alguna vez amaron, con el agravante de que no pueden gozar la vida en sus actuales circunstancias… No se perdona porque el otro ser lo merezca; él tendrá que asumir las consecuencias de sus actos, sean los que sean. Se perdona porque así se logra aprender definitivamente a vivir sin el otro, que, aunque esté ausente, sigue siempre en el panorama mental diario. No se hace para olvidar, sino para aprender de lo ocurrido, sacando provecho de dicha experiencia.”
(Santiago Rojas, “Alíviate el corazón roto”).
Si no perdonas por amor, perdona al menos por egoísmo, por tu propio bienestar.
(Dalai Lama).
Olvidar a alguien resulta psicológicamente imposible (“ingenua e irracionalmente imposible”, dirá Riso). Y es que olvidar no implica borrar de nuestra mente a quien una vez nos amó. Olvidar significa, ciertamente, “recordar a alguien sin dolor.” Hasta llegar a ese momento, que hoy lo vemos como una meta demasiado lejos e inalcanzable, debemos “vivir con la esperanza de que es la felicidad, y no la tristeza, la última palabra que nos da la vida”.

Facebook

Comentario