Logo del Año de la Misericordia. Imagen: aciprensa.com |
Hoy, martes 8 de diciembre, el papa Francisco ha inaugurado el Jubileo de la Misericordia en toda la Iglesia Universal. Lleva como lema: “Misericordiosos como el Padre.”
En su homilía durante la Misa de apertura del Jubileo de la Misericordia, y en la que estuvo también presente el papa emérito Benedicto XVI, el papa Francisco declaró dos cosas importantes:
1. “Cuánta ofensa se le hace a Dios y a su gracia cuando se afirma sobre todo que los pecados son castigados por su propio juicio, en vez de anteponer que son perdonados por su misericordia.”
2. “Debemos anteponer la misericordia al juicio y, en cualquier caso, el juicio de Dios tendrá lugar siempre a la luz de la misericordia.”
Este Jubileo de la Misericordia fue
convocado por el papa Francisco con la promulgación de la Bula “El rostro de la
misericordia” (Misericordiae Vultus)
el 11 de abril de este año. En ella, el Papa expone las características que resaltarán
este Año Jubilar que ha iniciado el día de hoy (Solemnidad de la Inmaculada
Concepción) y que concluirá el 20 de noviembre de 2016 (Solemnidad de Jesucristo,
Rey del Universo). Quiero mencionar algunos puntos que considero importantes para reflexionar.
El Papa Francisco afirma, en primer lugar, que la misericordia es la síntesis de la fe cristiana (MV 1). Y que esta “misericordia de Dios no es una idea
abstracta, sino una realidad concreta” (MV 6). En efecto, Francisco propone el
libro de los Salmos como fuente para advertir esos signos concretos de la misericordia
de Dios: “El Señor da su justicia a los oprimidos, proporciona su pan a los hambrientos,
libera
a los cautivos, da la vista a los ciegos y levanta al caído; protege
al forastero, sustenta al huérfano y a la viuda y entorpece el camino a los
malvados (Sal 146, 7-9)” (MV 6). En
otro Salmo también podemos leer: “Juzgará con justicia al bajo pueblo, salvará
a los hijos de los pobres..., pues librará al mendigo que a Él clama, al
pequeño que nadie tiene apoyo; Él se apiada del débil y del pobre, Él salvará
la vida de los pobres.” (Sal 71, 4. 12-13).
“¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo de
hoy!”, exclama Francisco. “¡Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no
tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la
indiferencia de los pueblos ricos!” (MV 15). Y el Papa nos exhorta a abrir
nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos
y hermanas privados de su dignidad y que nos sintamos provocados a escuchar su
grito de auxilio y a hacerlo nuestro (MV 15). “Será un modo para despertar
nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para
entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los
privilegiados de la misericordia divina” (MV 15).
Otra característica de este Año Santo es la centralidad
del sacramento de la Reconciliación. El Papa recomienda a los sacerdotes del Pueblo
de Dios cómo ha de ser la praxis en
la administración de este Sacramento: “No harán preguntas impertinentes, sino
como el padre de la parábola (Lc 15, 11-32) interrumpirán el discurso preparado
por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir en el corazón de cada
penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón” (MV 17). A esto hay
que añadir que, durante la Cuaresma de 2016, el Papa tiene la intención de
enviar a los Misioneros de la
Misericordia, sacerdotes a los cuales el Papa dará autoridad de perdonar
también los pecados que están reservados a la Sede Apostólica (MV 18).
Así las cosas, cada Diócesis, cada parroquia, tiene la grave responsabilidad
de “comprometerse, directamente, a vivir este Año Santo como un momento de
gracia y renovación espiritual” (MV 3) con alegría y esperanza y con la mirada
siempre fija en Jesús de Nazaret “quien con su palabra, con sus gestos y con
toda su persona nos revela siempre la misericordia de Dios” (MV 1).